Geriatricarea , el portal para los profesionales del sector geriátrico publica el artículo de opinión «El miedo a envejecer» de nuestra actual presidenta Estefanía Martín Zarza:
EL MIEDO A ENVEJECER
(13 Mayo 2014 en geriatrcArea.com)
El envejecimiento es un proceso natural, universal, gradual, inevitable y heterogéneo entre las personas, no todos envejecemos igual, e incluso dentro de cada persona cada órgano de nuestro cuerpo lleva un ritmo.
Síndrome de “Permayouth” o en su traducción al castellano síndrome de “permanentemente joven” es el término recientemente acuñado por la psicoterapeuta Eileen Bradbry para describir la incapacidad de algunas personas para hacer frente al proceso de envejecimiento. Estas personas recurrirían a todos los productos y operaciones estéticas al alcance para controlarlo, hecho que puede convertirse en una permanente guerra contra el tiempo.
Para los cambios corporales que se producen con la edad, el enemigo no es el espejo, sino el reflejo de la sociedad en nuestro autoconcepto. Somos el animal social por excelencia, y por ello, nos creamos inconscientemente metas o modelos que hay que seguir, para cumplir con lo que la sociedad espera de nosotros. Nos hacemos esclavos de lo que los demás esperan, sin preguntarnos qué es verdaderamente lo que nosotros deseamos.
Si nos dejamos guiar por la sociedad, encontraremos dos estereotipos dominantes. Por un lado la juventud, como modelo social aceptado y valorado. Los cambios que acontecen con la edad chocan de la imagen juvenil, que además, suele ir unida a un canon de belleza imperante (delgadez, altura, piel perfecta, curvas exactas, etc.). Y por otro lado el edadismo o estereotipo negativo sobre la vejez, el cual incluye una imagen llena de mitos. “Con la vejez todo son pérdidas”, “la vejez va asociada a enfermedades y discapacidad”, “con la edad aumenta la inactividad”, “cuando uno es mayor se siente solo, deprimido y los demás sienten compasión” son algunas de las ideas que conforman este estereotipo que sobrevuela la mente de muchas sociedades.
Estos dos estereotipos, hacen de la vejez una etapa nada deseable. A lo que podemos sumar el lenguaje y su poder sobre nuestro pensamiento. La palabra viejo y derivadas se utilizan coloquialmente para describir elementos físicos que están deteriorados o estropeados.
Afortunadamente, lo anteriormente expuesto se debe a factores externos. El problema real radica en los factores personales intrínsecos, los cuales suelen generar personalidades vulnerables a los factores extrínsecos. ¿Cuáles son estos factores internos que dificultan el afrontamiento de los cambios asociados a la edad? En especial, los apegos o formas de relacionarse inseguras desde la infancia; la baja autoestima y un autoconcepto forjado por los demás o basado en el “tengo, luego existo”; la comparación social constante; la baja tolerancia a la frustración; la escasa capacidad de adaptación a los cambios; el perfeccionismo; y el mayor uso del hemisferio izquierdo -el cual analiza las cosas, en este caso la autoestima o imagen personal, por partes- frente al hemisferio derecho- el cual valora estas mismas cosas tras un procesamiento global-.
Con este modo de relacionarnos con las personas y el mundo, se hace arduo sentirte bien, ya que estamos basando nuestra autoestima y felicidad en aspectos externos, los cuales están fuera de nuestro control (las modas cambian, las opiniones de los otros son dispares, nuestro cuerpo fluctúa, etc.)
¿Cuál es la clave para cambiar este miedo a los cambios que acompañan a la vejez?
Los cambios deben producirse en todos los agentes socializadores (familia, escuela, política, medios de comunicación…), construyendo sociedades incluyentes, donde tengan cabida todas las personas independientemente de su edad. Esto significa construir una imagen real y diversificada de la vejez.
El envejecimiento no es una enfermedad ni va asociado irremediablemente a ella. Simplemente algunos cambios que se producen con el paso del tiempo nos pueden hacer más vulnerables a determinadas enfermedades, siendo el estilo de vida durante la juventud y la edad adulta el determinante principal de nuestra salud en la vejez. Las enfermedades no son la regla, podemos envejecer muy bien, es más, la mayor parte de las personas llegan a la vejez con buenas condiciones físicas, de memoria, activos en la sociedad, activos sexualmente, etc.
Durante esta etapa, por tanto, no existen sólo pérdidas, más bien, mantenemos casi todo lo que hemos logrado y además ganamos en inteligencia para la vida (sabiduría), en tiempo libre y en nuevos roles sociales (ser abuelos). Dar visibilidad a las personas mayores, significa también acostumbrarnos a ver las canas, las arrugas y la flacidez como algo normal. Y en esto los medios de comunicación tienen mucho que decir.
Se debe educar para conseguir personas con autoconceptos basados en logros personales e internos (comparación con uno mismo), en contraposición de las comparaciones sociales. Conjuntamente es importante educar en la empatía. El envejecimiento es parte de la vida, y eso deberíamos saberlo desde que somos niños. Existe una tendencia a ver a los mayores o a la vejez como algo que no tiene nada que ver nosotros. Todos estamos en el mismo camino: todos los mayores fueron jóvenes y todos los jóvenes serán mayores.
Es cardinal que cada uno de nosotros aprenda a diferenciar entre el control interno y el externo. Lo que está en nuestras manos cambiar y lo que no. La lucha contra el envejecimiento físico es una batalla perdida, ya que la guerra que emprendemos va en detrimento de las características estables de la especie humana. Sin embargo, el estilo de vida saludable, el intelecto, las emociones, nuestras relaciones sociales y nuestra autoestima siempre puede cultivarse.
Lo sano tenderá a ser bello, mientras que lo bello no siempre es sano; es un constructo social que viaja de la mano de las modas, como por ejemplo, broncearse, fumar tabaco u hormonarse, todas ellas conductas poco saludables. Si nos alejamos de los estereotipos y de los intereses económicos que se esconden tras la industria de productos antiedad, nos encontramos con la vida real. Vida con cambios, en evolución. Detener la evolución y pagar por ello es algo que debemos cuestionarnos seriamente pues nos desviamos de nuestro objetivo vital: alcanzar el bienestar y la satisfacción personal.
El autocuidado y los hábitos saludables son fundamentales. Cuidándonos desplegamos la aceptación que tenemos hacia nosotros mismos en el transcurso del tiempo. Sin embargo, las fronteras con la obsesión no son muy visibles. Cuando estos cuidados nos limitan o interfieren sobre cualquier aspecto de nuestra vida, hablamos de obsesión. Una patología que suele hacernos oscilar entre las conductas de evitación (evadir encuentros sociales, evitar aparecer en fotografías, eludir mirarse al espejo, alejarse de la gente) y las de compulsión (mirarse y examinarse continuamente frente al espejo, comprar todos los productos antiedad al alcance u operarse).
Siguiendo con esta reflexión, es relevante diferenciar entre placer y felicidad. El placer es algo momentáneo que nos puede ofrecer conductas como comprar ropa moderna, maquillarnos, operarnos, etc. La felicidad es una actitud interna con la que podemos caminar toda la vida.
El envejecimiento es parte de la vida. Es una nueva etapa, ni mejor ni peor, sólo diferente. Es necesario aceptar e integrar los nuevos cambios adaptándote a otros ritmos y circunstancias. ¡Envejecer bien es un arte, construye el tuyo! Cambia el lenguaje, no son pérdidas, son cambios, señal de que estamos vivos. Valórate en conjunto, no por detalles como una arruga o una cana. La lucha contra el tiempo es una batalla perdida, alíate a él, engánchate a la vida. Vive el aquí y el ahora, ya que es el único momento que existe. No nos obliguemos, ni a ser jóvenes, ni tampoco a ser mayores, busquemos nuestra esencia y singularidad, ya que nuestra identidad es única y especial en cualquier momento vital.