Cuidadores familiares de ancianos: Entre el Amor y la Huida.
Las madres, o los padres, también son personas con su pasado, sus miedos, sus recuerdos ingratos o felices… como tú, hija o hijo cuidador, que cada día lo vives como una montaña rusa, con momentos felices y gratificantes y otros angustiosos, en los que te preguntas qué haces aún allí.
¿Y tú, querido cuidador, quién eres? ¿Me cuentas tu historia? Desearía poder recopilar vidas de hijos que renuncian a muchas cosas por seguir al lado de sus padres ancianos. Unos se sienten orgullosos, otros desgraciados. Compartamos experiencias para reforzar nuestras almas.
Dolores con noventa años años, no quiere vivir. Perdió a su amor de toda la vida hace apenas dos años. Cada dolor, cada síntoma, le hacen creer que ya llega el momento de partir, pero los días siguen amaneciendo. Su hija Carmen, por la mañana, pasa al dormitorio y por un momento piensa que la puede encontrar fría… pero no, aún no le ha tocado la mano que su madre espera. La besa y escucha un día más, lo mal que ha dormido, el dolor intolerable de sus rodillas, su falta de apetito para desayunar. Anuncia que hoy no comerá y se vuelve de lado en la cama. Carmen tampoco ha dormido, pero no lo dice. Reprime un gesto de angustia y dice: —En un ratito vuelvo a ver si estás mejor, mamá. —Le duele el alma y quiere acostumbrarse a esos buenos días… pero es difícil.
Amparo tiene ochenta y cinco años. Vive cada día como si fuera el último. Lee, cose, hace puzzles infantiles que le regalan sus nietos, ve los programas de cotilleo de la televisión e interviene desde la distancia, como una tertuliana más. Cuando su hija entra en su dormitorio para darle los buenos días, ella espera ese primer beso con la ansiedad del bebé que espera el pecho de la madre. Abraza a su hija y le dice que no se preocupe y le traiga el desayuno cuando pueda, y así mientras, ella va rezando sus oraciones. La hija sonríe y se deja abrazar mientras acaricia los hombros de la anciana.
Julia empieza el día, con sus ochenta y ocho años, llamando a voces a su hija: —Margarita… ¿te has dormido? Vaya horas… qué pena llegar a viejos… no le importas a nadie… —La hija entra en la habitación con el pijama puesto y abre la puerta con fuerza contenida: —Madre, pero si son las seis de la mañana… es de noche. — La madre no contesta y cierra los ojos. La hija se retira, con lágrimas reprimidas, y vuelve a la cama, donde intenta no mirar a su marido que finge dormir. Duda entre quedarse acostada o prepararse un café y esperar en la cocina a una nueva llamada.
María, con noventa y dos años, en su silla de ruedas, pregunta una y otra vez cuándo regresa su padre del campo. Su hijo la mira y por enésima vez le dice: —Madre, tranquila, aún es pronto. Vamos a enrollar esta madeja de lana tan bonita… —María sonríe, y empieza a manosear el hilo rojo sin saber bien qué hacer. Matías, por enésima vez, le besa una mano blanda, huesuda y llena de manchas ,mientras reprime una lágrima furtiva.
Si me quieres contar tu experiencia, de forma anónima si así lo deseas, puedes ponerte en contacto conmigo en mcedielgarcia@gmail.com. o el teléfono 639264343 de Marta Cediel García.